La renuncia by Edith Wharton

La renuncia by Edith Wharton

autor:Edith Wharton [Wharton, Edith]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1925-01-01T05:00:00+00:00


XIV

Mientras Kate Clephane iba aquella noche, ya tarde, de vuelta a la casa de la Quinta Avenida parecía estar reviviendo todos sus retornos previos, reales o imaginarios, llenos de angustia, a aquel mismo lugar desde los tiempos en los que se había dicho a sí misma: «¿Es que no voy a escapar nunca?», a aquellos otros cuando, desde muy lejos, había soñado con el odiado umbral, lo había añorado y había pensado: «¿Es que no voy a volver nunca?».

Había dejado dicho que era probable que volviese tarde, y había rogado que nadie se quedase levantado esperándola. Sus deseos, como de costumbre, se habían respetado, y abrió ella misma la puerta de la silenciosa casa, apagó las luces, y pasó de puntillas por delante de la puerta tras la que Anne dormía el último sueño inocente de su juventud.

¡Ah, pensar en el despertar de Anne! ¡Pensar en ver el rostro de Anne de nuevo con su radiante ignorancia y asistir a continuación, impotente, a la desaparición de aquel resplandor! ¿Cómo se iba a producir el golpe? ¿De manera repentina y directa, o poco a poco, mediante rodeos? ¿Sabría la joven de inmediato el destino que le aguardaba, o se vería obligada a ir encajando las piezas, una a una, a sufrir la lenta angustia de las conjeturas? ¿Qué pretexto le daría Chris para la ruptura? Era bastante experto en evasivas y subterfugios, pero ¿y si había decidido ponerlos en práctica con la madre de Anne, y no con Anne? ¿Y si ya había faltado a la palabra dada? ¿Qué garantías habían ofrecido nunca sus promesas?

Era la medianoche y Kate Clephane estaba sentada a solas en su habitación dándole vueltas a aquellas cuestiones. Se había olvidado de irse a la cama, se había olvidado de desvestirse. Se quedó allí sentada con el traje y el sombrero de viaje, tal como se había bajado del tren: era como si aquella casa que la gente consideraba suya no fuese más que la sala de espera de una estación de ferrocarril en la que ella estuviese a la escucha de la llegada de otro tren que tenía que llevarla… ¿Adónde?

Ah, pero se le había olvidado, ¡se le había olvidado que lo tenía en sus manos! Le había dicho: «tengo los medios para al final derrotarte», y él había bajado la cabeza ante aquella amenaza y había dado su palabra. La simple amenaza de contárselo a su madre lo había puesto a su merced. ¿Qué pasaría si tuviese que amenazarlo con contárselo a Anne? Lo conocía… bajo aquel aire independiente, bajo aquel desprecio declarado a las tradiciones y al conformismo, estaba latente el temor incómodo a que se pensase que no estaba a la altura de la imagen romántica que había dado de sí mismo… No, incluso si sus propósitos con respecto a Anne estuviesen motivados únicamente por el interés, se moriría si ella lo supiese. De eso no había el más mínimo peligro.

La amargura de la muerte se superaba, sí. Pero ¿y la amargura de



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